jueves, 31 de diciembre de 2009

¿SIGO SIENDO YO?

La madre de Lucas empujó el cochecito por la rampa de la escuela. Se detuvo al llegar a la puerta y se inclinó para ver a June, que aún estaba dormida. En el colegio, apenas media docena de padres esperaban a que los niños salieran. Todavía faltaban unos minutos. Rutinarios gestos de cabeza a modo de saludo se fueron sucediendo mientras llegaba el resto de padres y madres para recoger a sus hijos. La madre de Lucas miró las anotaciones sobre la pared que indicaban qué tal había comido el niño.

- ¡Qué raro! Si Lucas siempre come bien. No sé qué le habrá pasado hoy.

- Le habrán puesto algo que no le ha gustado - comentó otra madre.

Después de las habituales conversaciones mantenidas con otros padres y madres de la clase de Lucas, dos minutos más tarde de la hora de salida, una profesora abrió la puerta.
Cuando Lucas salió, se aupó al cochecito para saludar a su hermana.

- ¡Ten cuidado! June está dormida - le avisó su madre.

Lucas se separó del cochecito y acompañado por otros niños de su clase corrió hacia el patio del colegio. Su madre se dio la vuelta para seguirle.

Aunque el patio no era excesivamente grande y le acompañaban los humos del tráfico contiguo a la escuela, solían quedarse allí un rato mientras los niños jugaban al tiempo que tomaban la merienda.

Esa tarde, Lucas no quiso merendar. Su madre y él discutieron.

La cena fue parecida.

- Pero si el arroz sí te gusta. ¿Por qué no quieres cenar? Si no has comido nada en todo el día - le dijo su madre.

Lucas calló por respuesta. Su madre estaba enfadada, pero los lloros de June, que habían sido continuos a lo largo de la tarde, y que el padre de Lucas fuera a llegar más tarde de lo previsto, le hicieron desistir de una discusión que dio por perdida antes de empezar.

Pensó que por aquel día ya había tenido bastante.

- Vale, no te lo comas si no quieres. Pero mañana tienes que comer lo que te pongan en el cole - le dijo, autoconcediéndose una pírrica victoria.

Lucas permaneció en silencio.

- Ahora a dormir - dijo su madre.

La madre llevó a los niños a la habitación. Vistió a Lucas con el pijama y después de ponerle el chupete a June, comenzó a acunarla tarareando una apenas audible melodía.

- A ver lo que duras - le susurró a la niña mientras le acariciaba la nariz.

Lucas pidió un cuento. Y a pesar de los posibles pucheros de June, y tras una rapidísima deliberación en la que se determinó si de boca o de libro, ganando la primera opción, su madre cumplió con el cuento. Antes de terminarlo, ya había conseguido que June se durmiera. Dio un beso a Lucas y abrió la puerta para salir, pero la voz del niño la reclamó de nuevo.

- ¿Qué quieres, cariño? - preguntó en voz baja, para no despertar a June.

- Cuando sea mayor, ya no seré yo. ¿No? - dijo Lucas.

Su madre se quedó extrañada. No tenía ganas de que June se despertara, y encontraba inadecuado el horario para semejantes cuestiones, más aún cuando Lucas había tenido todo el día para preguntarle aquello.

- Pero si falta mucho para que seas mayor. Ahora sólo tienes tres años. No te preocupes por eso - dijo, zanjando el tema por su parte.

- Sí. Pero cuando sea mayor, ya no seré yo. ¿Verdad? - insistió Lucas, con un deje de preocupación en su voz.

- No. No. Sí que serás tú. No sé por qué dices eso - respondió su madre, esta vez con un tono más tranquilizador, percatándose de que había un problema por resolver.

- Porque ya no tendré este cuerpo, y mi cara será de mayor.

- Claro, cariño. Pero eso nos pasa a todos.

- Ya. Pero yo no quiero ser mayor. Yo quiero ser yo. No quiero hacerme mayor.

- Vale, vale. no te preocupes. No te vas a hacer mayor. Ahora, duérmete, ¿vale? No te preocupes por eso - le dijo.

Después se sentó en el borde de la cama para acariciarle, y no salió del cuarto hasta que el niño se quedó dormido.

Cuando el despertador sonó, la madre de Lucas fue hacia la cuna, y tras comprobar que June aún dormía, decolgó la bata tras la puerta y entró en la cocina. Sacó la caja de galletas, el tetra-brick de leche, y a continuación fue a despertar a Lucas.

Se sentó junto a su cama y le zarandeó suavemente como hacía todas las mañanas escolares.

- Alo cooooole. Al cooooole.

- ¿Ya soy más mayor? - preguntó el niño.

La madre de Lucas le miró sin saber qué contestar. Medio dormida y algo extrañada, había pensado que aquella idea se le habría pasado por la noche, y le pillaba casi de nuevas en ese momento.

- No, no. Eres igual - comentó sin darle importancia al asunto.

- Si me hago más mayor, ya no voy a ser yo. No quiero hacerme mayor - dijo Lucas.

- Y no te vas a hacer mayor - le dijo su madre mientras le quitaba el pantalón del pijama.

- Ya lo sé. No voy a comer. Si no como, no me haré mayor.

- ¿Qué?

Y su madre acabó de despertarse del todo.

- No, no cariño. Tienes que comer. Si no comes, todos tus amigos van a ser más grandes que tú.

- Me da igual. Yo no quiero ser mayor.

- Mira, Lucas. Tienes que comer. No te vas a hacer mayor si comes. Pero si no comes te vas a poner enfermo.

- Pero si no como, no me haré mayor.

- ¡Lucas! Tienes que comer. Todos tus amigos comen - añadió su madre en un tono más serio - Y falta mucho, mucho, pero que mucho para que te hagas mayor. Si no comes en el cole, me enfadaré. Así que ya lo sabes.

Cuando aquella tarde, la madre de Lucas comprobó qué tal había comido su hijo, esta vez se preocupó al ver que se repetían los informes del día anterior.

Las cosas siguieron de igual manera, si no peor, los dos días siguientes. Lucas, no sólo estaba inapetente, su carácter había cambiado. Uno de sus amigos y compañero de clase lo veía tan triste y raro que preguntó con preocupación a sus padres si sabían qué era lo que le pasaba a su amigo Lucas.

Las conversaciones de sus padres para hacer cambiar de idea a Lucas se repetían continuamente, pero sin resultado alguno. Lucas seguía empeñado en no querer hacerse mayor, en no dejar de ser él. Aquella crisis de identidad duró una larga semana, y a un fin de semana con problemas a la hora de las comidas, le siguió un lunes comprobando los informes en la hoja del comedor.

Cuando uno de los padres la saludó, la madre de Lucas, tras ver que el niño había vuelto a comer mal, le contó lo que ocurría con evidente disgusto.

- Como Peter Pan - le comentó aquel padre tras escucharla.

- Sí. A mí me recordaba a El tambor de hojalata, pero mejor lo de Peter Pan - dijo la madre de Lucas.

- No he leído la de El tambor, ni tampoco he visto la película.

La madre de Lucas no prestó mucha atención al comentario. En su cabeza no pensaba más que en cómo solventar el problema de Lucas. El asunto estaba extralimitándose. No era normal en un niño de esa edad, pensaba. Y si lo era, lo que no era normal es que le ocurriera a alguien como Lucas, que en todos los demás aspectos era un niño normal. ¿O no lo era?

Aquella noche, después de que su madre le contara un cuento, le dio a Lucas un paquete envuelto en papel de regalo.

- Es una muñeca - dijo Lucas, bastante decepcionado tras abrir el paquete.

- Sí. Pero es una muñeca diferente. Es una matrioska.

- ¿ Y eso qué es?

- Mira - dijo su madre - .

Y comenzó a abrir la muñeca sucesivamente, hasta tener cinco de menor tamaño, pero idénticas en aspecto.

- Es la misma muñeca, que aunque ha crecido, sigue siendo igual. Más grande, pero igual. Y además, dentro de ella tiene a la muñeca de cuando era pequeña. ¿Lo ves?

Lucas asintió con la cabeza.

- Y eso es los que nos pasa a todos. Nos hacemos más grandes, pero siempre somos los mismos. Por dentro somos iguales que cuando éramos niños.

- Ya lo entiendo.

- Entonces, ¿ vas a comer lo que te dan en el cole, o lo que te hagamos en casa?

- Sí.

- La madre abrazó al niño.

- Y ahora, a dormir.

Después de dormir a su hijo, y más tranquila viendo que el problema había terminado, la madre de Lucas fue al cuarto de baño, echó un poco de pasta de dientes sobre el cepillo y comenzó a frotarse con fuerza. Cuando acabó de enjuagarse la boca, repitió el mecánico gesto adquirido desde hacía muchos años de mirarse en el espejo un segundo antes de apagar la luz.

Y entonces se encontró mayor que otras veces, y no pudo reconocer a la niña que había sido y que sabía que ya no era. Tampoco pudo reconocer a la joven que había sido antes de ser madre, y que sabía que ya no era. Ni a la compañera de su pareja, ni a la madre de Lucas y June que aún era... porque sabía que ya no era ella.

3 comentarios:

Nemo dijo...

Qué maravilla de relato, escalofriante, esplendoroso. No me extraña viniendo del artífice del mejor blog aparecido en 2009. Un fogonazo de buen hacer y sensibilidad a flor de piel. Que lo sepa todo el mundo. Monumento para este hombre YA.

johnphillips1981 dijo...

GUAU, sólo puedo decir eso. ALUCINANTE.

V dijo...

Es muy muy potente este relato....si uno deja de leer justo antes del ùltimo pàrrafo....casi cmo que nos tragamos el zumo de naranja maternal...luego llega el final, brutal como la vida misma. Muy bueno.
No le habia leido. Tremendo. Una autentica golosina cargada de nitroglicerina. Debieras prodigarte màs....lo digo egoistamente. Un abrazo

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