miércoles, 16 de diciembre de 2009

MARCANDO DIFERENCIAS.

Entre los libros que me cayeron en la cinta de reciclaje encontré también El economista camuflado de Tim Hadford. Con su precio de compra pegado todavía, algo deteriorado, "doblado" en realidad... cosas de ir en el camión de la basura. No lo he leído, y no sé cuándo lo haré... pero ojeando el libro, encontré algo que me llamó la atención. Traducción de Redactores en la Red.

Algunos de los ejemplos más extremos provienen de la industria de viajes: es mucho más caro viajar en primera clase por tren o avión que viajar en los asientos de tercera clase, pero como el objeto fundamental es transportar a las personas de A a B, puede que sea difícil sacarle mucho dinero a los pasajeros más acaudalados. Con el fin de fijar los precios de acuerdo con el cliente de una forma más efectiva, las empresas tal vez deban exagerar las diferencias entre el mejor y el peor servicio. En realidad, no existe ninguna razón por la cual los vagones de tercera clase de los trenes no tengan mesa - como es el caso típico en el Reino Unido, por ejemplo-, salvo el hecho de que si así no fuera se correría el riesgo de que los potenciales clientes de primera clase pudieran decidir comprar un billete más barato al ver qué cómodos se han vuelto los vagones de tercera clase. Por lo tanto, el pasajero de tercera clase debe sufrir.
Existe un ejemplo famoso que se remonta a los comienzos de la era de los trenes en Francia:
La razón por la que algunas empresas ferroviarias tienen vagones de tercera clase sin techo y con bancos de madera no es que tendrían que gastar unos pocos miles de francos en la colocación del techo o en tapizar los asientos... Lo que las empresas intentan es impedir que los pasajeros que pueden pagar la tarifa de segunda clase viajen en tercera. Maltratan al pobre, no porque quieran lastimarlo, sino porque quieren amedrentar al rico... Y, otra vez, se trata de la misma razón por la cual las empresas, tras haber mostrado un trato casi cruel con el pasajero de tercera clase y tratado mezquinamente a los de segunda clase, es generosa cuando se trata de los clientes de la primera clase. Después de negarles a los pobres lo necesario, les brinda a los ricos lo superfluo.

Asín es la vida, efectivamente. Y el caso es que de safari por mi blog fotográfico favorito he "cazado" estas bonitas imágenes que ilustran a la perfección el párrafo que os acabo de transcribir. El texto que acompaña a las imágenes, "libre" traducción de un blogero y traductor de cuarta.



Hubo un tiempo en el que los vagones de "tercera clase" no sólo carecían de ventanillas, sino también de techo...
El traqueteo sobre ruedas en los mal llamados vagones de tercera clase (antes de su alteraciones posteriores) eran un tema deplorable, con la estupenda cualidad de encontrarse siempre con la lluvia y el viento en cualquier momento. Había también un tipo de baños-duchas verticales, de cuyo hedor era imposible escapar.



Vuestros habituales viajeros de segunda clase son tipos aprendidos. Vienen temprano para coger un sitio trasero - o en cualquier caso, para sentarse de espaldas a la máquina del tren. Observan las veletas también, y hacen su selección de lugar según el viento (no había cristales en las ventanas por aquel entonces) y si el tiempo es agradable, son charlatanes y comunicativos, especialmente aquellos que tienen el hábito de encontrarse cada día en el tren. Pero si el tiempo es frío, los viajeros de segunda apenas hablan. Se cubren en el momento en el que suben al tren, preparándose para lo peor; y después de unos pequeños intercambios de cortesía - prestando un paraguas al extraño, o extendiendo una manta sobre dos o tres pares de rodillas- no vuelves a oír más sus voces.


Aunque bastante cómodos, hay poca sociabilidad en los vagones de primera clase: todo el mundo tiene la idea de que es el único con derecho, por pago o posición, a sentarse allí, y tienen miedo de comprometer su dignidad al hablar. Por lo que no hay conversación alguna: las cabezas de los ocupantes de las cuatro esquinas están normalmente mirando al exterior, y las de los que ocupan el centro, se miran entre sí.

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