II Donde averiguamos la situación del circo y se presentan algunos personajes.
1. Empieza a amanecer. Eduardo, un joven de unos 28 años baja de una caravana de circo. Viste una camiseta interior blanca y pantalón negro. El joven avanza hacia un grupo de gente que se ha formado alrededor de don Antonio, el director y jefe de pista del circo.
Por las personas que rodean a don Antonio, podemos observar que se trata de un mediano circo ambulante. El director comienza a asignar los trabajos para la ocasión “Francisco se ocupará del coche y el altavoz. Eduardo, Martín y Pietro os encargaréis de pegar los carteles”.
“¿No puede hacerlo alguien del pueblo para variar?”, pregunta Eduardo malhumorado. Don Antonio le contesta entonces de peor humor. “Pero ¡Eduardo, Eduardo! ¿Te lo pediría sin motivo? ¿Crees acaso que me gusta haceros trabajar fuera del espectáculo? Lo que pasa es que no está el horno para bollos. Últimamente no estamos haciendo mucha recaudación, y lo mejor es que ahorremos de donde podamos ¿Lo has entendido, Eduardo?”.
Uno de los artistas pregunta si puede ir con Francisco y encargarse del altavoz. “No, con Francisco, voy yo, como siempre”, responde don Antonio. “Del altavoz se encarga el jefe de pista. ¿Cuántas veces os lo voy a tener que decir? ¡Ala! Eso es todo. A las dos he conseguido mesa en el restaurante El mesón Braulio. Los que queráis venir decirle a Manuel que os apunte. Antes de las diez si puede ser”.
Mientras todos comienzan a alejarse Federico, el equilibrista se acerca al director “¿Podría prestarme algo de dinero, don Antonio? Es que últimamente...”. Don Antonio le mira sorprendido. “¿Otra vez? ¡Pero si ya te he fiado cuatro veces en lo que va de mes!”, responde casi gruñendo. “Pero yo se lo devuelvo ¿No? Yo se lo devuelvo”, se apresura a contestar Federico al tiempo que se golpea el pecho con la mano. Comienzan a discutir.
Eduardo se dirige a la caravana, donde en letras grandes se lee el nombre del circo: Renau. A Eduardo le sigue su compañero Martín. “¿Vamos a ir a ver al Manuel?”, pregunta Martín. “No. Ya me dijo ayer por donde teníamos que pegar los carteles”, le responde Eduardo.
2. Mediodía en una de las calles principales del pueblo. Martín está pegando con cola un cartel en la pared. Eduardo le ayuda a pegarlo, y sostiene otros más pequeños con su brazo libre.
“Voy a pegar uno ahí”, comenta Eduardo señalando una joyería. Martín le avisa mientras niega con la cabeza “Ahí no te van a dejar ponerlo”. Eduardo le responde sonriente, “Espera y verás”. Martín insiste en su negativa: “Ya sabes que en las joyerías no suelen dejar. Y en esa menos”. Eduardo le sonríe burlón. “¿La ronda de esta noche?”. Martín responde sin siquiera mirarle. “Ya la has perdido.”
3. Ya en la joyería, Eduardo entra al mismo tiempo que se oye el ruido de unas campanillas cuando abre la puerta. “Buenos días. ¿Le importa si le pongo un cartel en la puerta?”, pregunta suavemente Eduardo.
“Lo siento. Pero no nos está permitido”, responde la dependienta. “Claro. Lo entiendo. ¿Podría hablar con la dueña?”, pregunta Eduardo. La dependienta responde esta vez algo más nerviosa “Ya le he dicho que no podemos poner carteles”. “Le he oído señorita. Quisiera hablar con la dueña por otro motivo”, contesta Eduardo con la mejor de sus sonrisas.
La dueña aparece inesperadamente. “¿Qué es lo que quiere?”, pregunta con cierta brusquedad. Eduardo sigue sonriendo abiertamente. “Verá. Es que dentro de tres días es el cumpleaños de la mujer de nuestro director y hemos decidido hacerle un regalo entre toda la compañía. Y como a ella lo que más le gustan son las joyas, pendientes, sortijas y cosas de esas pues he pensado que usted podía aconsejarnos sobre qué le podríamos regalar”. La dueña responde ahora con más suavidad, casi con curiosidad “¿Y cuánto estarían dispuestos a gastarse?”
Eduardo tarda un tiempo en responder mientras hace como que se lo piensa. “ Pues... Alrededor de unas 15000 pesetas. (Nada más decir la cantidad continúa hablando sin parar) Claro que todo depende de la recaudación que consigamos estos días. Cuanta más gente venga más dinero tendremos para el regalo. Pero, así a bote pronto, me imagino que esa cifra más o menos. Si pudiera dejarnos unos catálogos para ver que es lo que tienen”. La dueña, responde ahora en otro tono, “Claro, cómo no. Marisa, entrégale al señor, al señor...”, y sonríe sin saber como terminar su frase. “Eduardo”, precisa éste.
Marisa entrega el catálogo. Eduardo lo hojea un instante y añade tras guardárselo “Gracias. Por cierto. Les dejo un cartel. Ya sé que no pueden colocarlo, pero como tiene esta ilustración tan bonita... Considérenlo un regalo”, y sale de la joyería con una leve reverencia.
4. Martín ya ha pegado varios carteles por las paredes. Sale de una tienda después de pegar otro. Entonces ve salir a Eduardo de la joyería. “Llevas casi media hora allí”, le dice. “Eres un exagerado”, responde Eduardo quitando importancia al asunto. “De todas formas has perdido. No lo has puesto”, dice Martín satisfecho. En ese momento vemos a la dependienta agacharse para pegar el cartel en la puerta. Eduardo sonríe con malicia “¿Eran una, o dos rondas?”, pregunta. “Vale, vale. No sé para que apuesto nada contigo si siempre me la haces”, contesta molesto Martín.
5 comentarios:
En primer lugar, querido David, te voy a cobrar derechos de nombre.....¡¡yo me llamo Antonio Rodriguez por si no lo sabías!!!...Joder qué historias, David, de esas que ocurrían en los años cincuenta, cuando los circos eran circos y los sueños flotaban por encima de las miserias de los artistas ambulantes.
Me encanta esta segunda historia. Es realmente buena David. Esto es una buena forma de empezar la jornada.
Un abrazote.
Ja,ja,ja. Anro. Sí, ya lo sabía. Lo que pasa es que para mí ya te has quedado como Anro.
Esta historia tiene ya más de 10 años (acabo de comprobarlo). Fue escrita de manera muy apresurada y salió como salió (en realidad debería decir que no "salió"). Pero he pensado que en lugar de quedarse muerta en mi ordenador, podría sentarle bien si salía a airearse un poco, y por eso, esto de ir colgándola en el blog... que yo estoy en un momento muy extraño para ir haciendo entradas. Un abrazo.
El truco de la joyería está bien, y describe al personaje. Aunque media hora para poner un cartel sí es un poco exagerado. ¿La joyería va a volver a aparecer? ¿O ese cartel va a incitar a alguien de posibles a ir al circo?
Por otro lado, imagino al actor preguntándote, admirado David, "¿Cómo se dice algo "casi" gruñendo, señor director?"
En fin, me vuelvo a mi guión, que falta le hace.
"admirado David"... Menos coñas.
Bueno, le diría: ¿Te has fijado en que yo no hablo, que "casi" vocalizo? Ja,ja,ja. Dale duro.
Y cuando va a pasar algo que merezca la pena?
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