La pensión Elsordo estaba situada a las afueras de la Silado, muy cerca de las chabolas que rodeaban la urbe. En ella solían acabar todos aquellos individuos para los que la pensión era el último refugio antes de acabar siendo engullidos por la pobreza y la miseria callejera de la ciudad.
Su dueña, Manuela Sánchez, la regentaba desde hacía más de veinte años, y seguía teniendo por norma el desalojo inmediato de aquellos inquilinos que se retrasaran más de dos días en el pago.Por este motivo, Manuela Sánchez aporreaba insistentemente la puerta de un hombre que llevaba tres días sin salir de su habitación.
Dentro de aquella habitación, la 27-B, Luis Bauza permanecía acostado en posición fetal, ajeno tanto a los golpes en la puerta como al ruido del tráfico y los gritos que subían desde la calle hasta su ventana. Apenas podía oír sus propios pensamientos. Cubierto por completo con la sábana, trataba de recordar una vez más cómo había acabado por llegar allí y cuándo había comenzado todo el infierno que arrastraba.
Bauza había sido saxo solista y compositor de una pequeña banda de jazz que había adquirido un paulatino reconocimiento como una de las mejores del país, sin duda gracias a sus composiciones y a su manera de interpretarlas. El boca a boca, unido a las cada vez más habituales reseñas favorables en los periódicos no dejaban de mencionar el virtuosismo y la genialidad del saxofonista. El camino para llegar hasta ahí había sido largo. Cuatro discos de escasas ventas y más de doce años en los que su banda, compuesta por músicos algo menos que correctos, había alternado diariamente tanto antros como el Jacaranda con locales como La Caverna, hasta conseguir finalmente el tan ansiado triunfo que suponía para cualquier artista tocar en el Teatro Nacional.
- Esta noche es decisiva, decisiva... - no cesaba de repetir Carlos, el batería de la banda. El resto de los miembros, incluido Bauza, pensaban de forma parecida, pero ninguno de ellos podía suponer hasta qué punto iba a serlo.
Cinco meses después, en la pensión Elsordo, Bauza pensaba una y otra vez que aquella noche fue la noche en la que comenzó su particular maldición, y trataba de reconstruirla en todos sus detalles, intentando encontrar algo que pudiera explicar lo que le estaba ocurriendo.
A pesar de la importancia del concierto, la actuación de Bauza, hasta entonces siempre soberbia, sonó bastante irregular y tuvo que ser maquillada por el resto de la banda. Luis perdía el ritmo, e incluso llegó a desafinar en más de una ocasión. La interpretación de sus temas fue muy diferente de la esperada, y el público reaccionó con silbidos y abucheos.
- No se podía pedir más a un público tan distinguido - dijo Carlos, tratando de quitarle importancia a lo ocurrido.
Tanto Bauza como la banda pensaron que aquello había sido consecuencia del nerviosismo de tener que tocar ante un público al que no estaban acostumbrados, y entre todos decidieron hacer una gira por locales menos selectos.
Pero a partir de aquel día, y al igual que había ocurrido en la noche del Teatro Nacional, no sólo en las actuaciones, sino también en los ensayos, Luis empezó a sonar cada vez más como un principiante o un músico mediocre en el mejor de los casos, que como el maestro que en realidad era.
Y lo más extraño fue que los músicos que formaban su banda, que hasta entonces no habían destacado excesivamente, eran los que salvaban cada noche la función con unas interpretaciones soberbias y algunas improvisaciones dignas de su cada vez más discutido líder. Los aprendices, que durante años no habían destacado y sabían cuál era su lugar, habían alcanzado a su maestro en un tiempo muy rápido, y Bauza, que conocía muy bien los límites interpretativos de sus músicos, estaba tan extrañado por esto como por lo que le estaba ocurriendo a él mismo. Antes de que la cosa pudiera degenerar más, y tan sólo dos semanas después de la actuación en el teatro, Bauza disolvió la banda.
- No sé lo que te pasa, Luis. No sé si es que necesitas unas vacaciones, o si estás enfermo, pero yo en tu lugar iría al médico hoy mismo - le dijo Carlos, durante la comida en la que se despidió de la banda.
Bauza siguió el consejo. A veces notaba una momentánea pérdida de sus sentidos corporales. No duraba mucho, apenas unos segundos, pero le ocurría cada vez más a menudo, y cuando menos lo esperaba. Entonces, veía con dificultad, las imágenes se volvían borrosas, dejaba de sentir el frío metal de su instrumento o no podía escuchar nada en absoluto. Bauza asoció todo eso con el marcado descenso en la calidad de sus interpretaciones, pero los médicos, a pesar de sus explicaciones y de todas las pruebas que le hicieron, no le encontraron nada anómalo.
- Lo que necesita es descansar. Hágame caso. Tómese unas vacaciones y olvídese de los conciertos - le dijo el último médico al que acudió.
Luis Bauza se encerró en su casa y comenzó a trabajar en una nueva composición. En esta ocasión el esfuerzo requerido era mayor que otras veces, y la ansiada melodía parecía eludirlo noche tras noche.
Uno de aquellos días, Bauza decidió tomar ese recomendado descanso y fue a ver a Clara, su hermana pequeña, que había abandonado su carrera musical cuando se casó con Gabriel, un eminente abogado. Cuando llegó a la casa, y tras estrechar la mano de su cuñado, levantó a su hermana en volandas como solía hacer siempre que la veía. La cena transcurrió con normalidad. Luis no quiso comentar los últimos sucesos, pero notó que no sentía el sabor de la comida picante que su hermana había preparado.
Al terminar la cena, pasaron al salón, donde Luis les contó a grandes rasgos que había disuelto la banda, pero sin precisar los motivos, ya que no quería preocuparles. Mientras Bauza y su hermana hablaban, su cuñado Gabriel, que permanecía de pie, comenzó a tocar con un dedo las teclas del piano.
- Gabriel, sabes que no me gusta que toques el piano. Lo desafinas - dijo Clara, para luego volverse y seguir hablando con su hermano.
Su marido pareció no hacerle caso, y volvió a tocarlo, ahora con dos dedos.
Entonces, y mientras Clara hablaba, Luis empezó a reconocer lo que Gabriel tocaba. Era nota por nota la melodía en la que llevaba tantas noches trabajando. Se levantó sobresaltado del sofá.
- ¿Dónde has oído eso? ¿Dónde? - gritó Luis.
- ¿El qué? - preguntó extrañado Gabriel - No sé de qué me hablas. Ya sabéis que yo no tengo ni idea de música.
Luis se quedó pálido. Era cierto. Sabía perfectamente que su cuñado no sentía el más mínimo interés por la música, y, sin embargo, Gabriel había extraído una por una las notas de la composición en la que Bauza trabajaba, una composición que no conocía nadie más.
- Tengo que irme- dijo Luis.
Clara no entendió lo que había pasado, pero Luis no quiso dar explicaciones.
- Tengo que irme. Dejadme salir - repitió con voz angustiada.
Ya en su casa, y al igual que hacía en estos momentos en Elsordo, Bauza repasó una y otra vez lo ocurrido en casa de su hermana. No era un hombre dado a supersticiones, así que desechó cualquier tipo de maldición sobre su persona. Había algo más, algo que no alcanzaba a comprender, pero que tenía que ver con su cuerpo, con sus sentidos, con su esencia como persona.
Recordó paso a paso su entrada en la casa, el apretón de manos de su cuñado, cuando levantó a su hermana por la cintura. Para él, empezaba a estar claro que le estaban quitando algo personal, algo de su interior, y sólo pudo concluir que había sido por el contacto físico. Gabriel le había estrechado su mano, y pensó que tal vez ahí estaba la clave. Con esa idea en mente, Bauza llegó a la conclusión de que de debía aislarse, de que nadie debía tocarle si quería seguir conservando su ser, sus sentidos.
Cada vez salía menos de casa, y cuando iban a verle recibía a sus invitados evitando cualquier contacto físico, con guantes en sus manos, gafas oscuras y una bufanda que cubría casi por completo su rostro.
Así fue como Manuela Sánchez le encontró cuando descubrió la sábana, después de abrir la habitación, cansada de dar golpes.
- ¡No me toque! ¡No me toque! - gritó Bauza.
La dueña de Elsordo dio dos pasos hacia atrás y se apoyó contra la pared. Estaba asustada.
- ¡Váyase! ¡Váyase! No me pague si no quiere, pero váyase ahora mismo.
Bauza se levantó para agacharse al mismo tiempo y sacar un maletín de debajo de la cama. Salíó de la habitación y bajó lo más apresuradamente que pudo las escaleras. Cuando salió a la calle, comenzó a andar entre las callejuelas en busca de la playa. La gente le miraba extrañada preguntándose cómo en un día tan soleado alguien podía vestir de esa forma.
Le costaba andar, y a cada paso que daba, sentía con el calor cómo la ropa se pegaba a su piel.
Al llegar a la playa, se sentó sobre la arena en el rincón más apartado que pudo encontrar. Y una vez más se adentró en sus recuerdos. La primera noche en la que no tocó como debía, el día que abandonó su casa por temor a que le ingresaran en un psiquiátrico, y continuó entrelazando recuerdo tras recuerdo hasta llegar al día en que decidió venir a Silado, con la esperanza de que nadie lo buscara en esa ciudad.
Bauza se quitó la bufanda, abrió el maletín y sacó su saxofón. Lo acarició durante largo tiempo, sin sentir nada en absoluto entre sus dedos, más allá de la angustia que le provocaba no reconocerlo al tacto.
No consiguió extraer ninguna nota del instrumento. Nada. Ningún sonido. Pero permaneció soplando el saxo hasta que no pudo más.
6 comentarios:
David, un relato muy interesante, muy sugerente y muy abierto en sus interpretaciones. El título nos dice que se consume, pero Bauza sospecha que lo despojan…No se…No se…
Un saludo.
Me ha gustado. Es un relato angustioso y muy bohemio. He podido ver al pobre músico de jazz, a ese saxofonista enfermo, soplando el saxo intentando extraer al menos una nota. Puede ser que la obesesión por el perfeccionamiento en la composición llegue a ser algo enfermizo como aquí.
Esta mañana, despues de leer tu magnífica historia, llegué a ponerte cuatro comentarios, pero no sé que ocurría que ninguno enganchaba.
Bueno, lo que intentaba decirte y no pude es que me había imaginado tu historia como un cómic. Coloqué cada personaje como tú le describías y las viñetas formando la historia gráfica....lástima que no sepa hacer un dibujo en condiciones.
Es una historia fenomenal, gozanos con relatos como éste.
Un abrazote
El tramo final bordea con el género de terror.
Me encantan los relatos cortos y este tuyo, no sé por qué, me ha recordado a Casa Tomada de Cortázar.
Triste historia la de este hombre, pero brillántemente narrada, amigo David.
Como bien dices, los discípulos suelen aventajar con el tiempo al maestro, como hacen estos músicos libres de esas ataduras invisibles que les convertían en meros acompañantes, pero ¡ay!, todo cambia cuando el maestro comienza a desfallecer...
Es curioso lo que le ocurre a Luis, ¿tal vez su don y su genio viaje de su interior hasta los que le rodean si los tocaba?, ¿tal vez el miedo le haga imaginar todo esto y en realidad él no sea nadie?, ¿o es que ya no iba a tener nunca más inspiración?...
¡Qué sino más cruel!
Un saludo
Me ha gustado mucho este relato y curiosamente, como asegura Antonio, lo veía como en viñetas, cuadros sucesivos, cada vez más sombríos hasta ese final desolador, interrogante....
Muy bueno, sí señor.
Saludos.
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