viernes, 19 de febrero de 2010

EL DESEO DE GABRIEL

Mientras subía por una de aquellas endebles escaleras de madera, uno de los peldaños se rompió, y el peso del saco le tiró hacia atrás, cayendo de espaldas contra el enfangado suelo. Ninguno de los mineros que le rodeaban se ofreció a ayudarle. Pasaron por encima de él como si no existiera, y continuaron subiendo por las quebradizas escaleras.

Gabriel se separó unos metros de la hilera, y se dejó caer sobre su saco de arena. No tenía fuerzas para continuar. Uno de los policías se acercó y le agarró del hombro, obligándole a que se levantara y reincorporara a la fila. Entonces, tras quitarse las gotas de sudor que cubrían su frente y tomar aire, volvió a cargar con gran esfuerzo su saco al hombro. Tuvo que esperar a que pasaran quince antes de comenzar a subir de nuevo por aquella maldita escalera.

Aunque aquel día sólo hacía frío, la lluvia de los días anteriores había provocado que toda la mina estuviera embarrada y costara más llevar los sacos de un lugar a otro.
Todavía quedaban unas horas de trabajo, y Gabriel avanzó como pudo hasta su parcela, para comenzar a picar de nuevo, con la cada vez más menguada esperanza de poder encontrar oro a medida que pasaban los días.

Llevaba tres meses en la mina de Sierra Pelada sin haber encontrado pepita de oro alguna, y aunque por el dinero que había entregado aún le quedaban unos meses de concesión, empezaba a dudar de que hubiera oro alguno en aquel lugar tan pequeño que le había correspondido. Otros habían encontrado oro. Pero no él.

Recordó por qué estaba allí, levantó una vez más su pico y comenzó a golpear la roca. Con cada golpe, escupía el polvo que iba a su reseca boca, provocado por los miles de golpes que acompañaban al suyo por toda la horadada montaña.

Aquella noche, y mientras descansaba en uno de los barracones con otros compañeros, todos volvieron a contar, como venían haciendo todas las noches desde que se conocieron, el motivo por el que estaban allí.

Sebastiao quería grabar un disco, y promocionarlo por televisión, y sabía que eso costaba dinero. Lo que no parecía querer saber, o se empeñaba en ignorar, era que no tenía una voz especialmente bonita o un estilo personalizado para resaltar la letra de las canciones.

Milton, que trabajaba tanto como el que más, y cargaba más piedras en sus sacos que el resto, necesitaba el dinero para una operación. Este trabajo tan masculino y este mundo tan desagradable cambiarían cuando pudiera convertirse en la mujer que albergaba en su interior.
Los demás trabajadores se reían de Milton. Pero no Gabriel, que callaba cuando los demás hablaban de sus sueños, por muy extraños que éstos les parecieran. Porque sabía que no debía desanimar a los soñadores, y que sólo si deseaba lo mejor para los que estaban en su misma situación, tal vez Dios tendría en cuenta sus oraciones.

Ninguno de los presentes había logrado adivinar el motivo por el que Gabriel había ido allí. Él se limitaba a decir que buscaba dinero, que era pobre, y que sólo quería ser menos pobre. Sólo eso. Pero cuando los demás le preguntaba curiosos qué pensaba hacer con el dinero, Gabriel no contestaba.

Así pasaban las noches, hasta que el cansancio y los avisos de los vigilantes les hacían cerrar los ojos. Y entonces, antes de dormir, Gabriel rezaba por encontrar esa gran pepita de oro que le permitiera cumplir su deseo. Y así, cuando eso ocurriera, nunca más tendría que escuchar tristes historias sobre sueños sin cumplir, ni dormir en el suelo de Sierra Pelada, ni soportar a los guardias, ni compadecerse de Milton, ni compadecerse de si mismo. Por eso nunca contaba su deseo, porque Gabriel sabía que sus compañeros no deseaban ver la verdad, no deseaban saber que todos ellos vivían atados a sacos de arena, aplastándose bajo el peso de sus sueños.


AÑADIDO:
Las fotos que acompañan a este cuento, o más bien al revés, de Sebastião Salgado.

13 comentarios:

Antoni dijo...

Ese país en el que transcurre esta triste historia...¿es el mismo que tiene pensado organizar los próximos Juegos Olimpicos ? Pregunto yo.

Marcos Callau dijo...

Un cuento precioso, David... genial....propio de un genio. De verdad, me ha encantado aunque sea tan triste o quizás por eso me ha gustado más. Me ha gustado porque Gabriel, aún sabiendo la verdad, no se rinde. La frase final es buenísima.

Lula Fortune dijo...

Sí, la vida es eso que nos pasa mientras hacemos planes...o soñamos. Pero, ¡ay! que no nos quiten los sueños...
Muchos besos.

David dijo...

Antoni: Cerraron las minas hace mucho. Cuando yo vi estas fotos en un semanal de El País era un crío y en el artículo comentaban que las iban a cerrar ese mismo año.

Dana: Muchas gracias. Me alegro de que te haya gustado, pero de genial tiene poco, y lo de genio... como todos.

- Lula: Coincido. Un abrazo.

Crowley dijo...

Amigo David,
como ya te he comentado alguna vez, ¡qué talento tienes!.
Un cuento realmente hermoso y triste, con una frase final demoledora y real. No queremos ver lo que ocurre a nuestro alrededor y mucho menos más allá de nuestras fronteras. Si las fotos son geniales, el relato no se queda corto.
Un saludo y no dejemos nunca de soñar.

Nino dijo...

Un gran relato, David.
Mi más sentida admiración.

ANRO dijo...

Cada vez que veo alguna foto de Sebastiao Salgado y en especial estas de la mina de oro de Sierra Pelada me produce una sensación de impotencia por saber que todo lo que fotografía ocurre o ha ocurrido. Todos esos hombres con los sacos a cuestas es algo tremendo y los sueños rotos, si es que tienen algún sueño hace tiempo que se quebraron.
Tu cuento no es un cuento es la versión en palabras de lo que dicen las fotos.
Un abrazote.

Vivian dijo...

Un cuento sensacional, coincido con anteriores comentaristas, tu manera de escribir rebosa talento, consigues transmitir sensaciones y emociones a través de tus palabras y ese personaje de vida triste que aún sabiéndolo, no renuncia a soñar, tal vez porque llegados a ese punto en el que la vida lo ha puesto, sólo agarrarse a un sueño puede hacer que siga hacia delante cada día cuando despierta.

Mi más sincera enhorabuena por el cuento, triste y crudo y paradójicamente una maravilla.

Saludos

Scotty dijo...

David, cuando publiques (¿o lo has hecho ya?)nos avisas. estas narraciones cortas son un buen entrenamiento para dar el paso a la novela.

Muy bueno.

marcela dijo...

David, sigue. Tienes talento, no sueñes; escribe, sueña, escribe, pero sobre todo escribe.
Estoy segura que vales.¿Tienes muchas cosas...guardadas?
Me ha encantado, sin sensiblerias conciso con gran economía consigues plasmar a unos hombres sepultados bajo el peso de sus sueños, que no son de oro sino de plomo.
besos y gracias.

atikus dijo...

La verdad es que el trabajo en las minas debe ser durisimo, cuando vi el reportaje del último gran accidente minero recordaba esta relato, la vida es dura...para algunos más sin duda...

de las olimpiadas, mejor no hablar ;)

saludos

Almudena dijo...

Caray. Me identifico mucho con este relato. A diario me veo envuelta en conversaciones que denotan una gran falta de fe o poca creencia en el mundo de los sueños. Y como esas personas no creen en los suyos; tampoco creen en los de los demás o critican a quien ha conseguido el suyo

Kinezoe dijo...

Espléndido relato. Como diría Robert De Niro en aquella película a la vez que señalaba con el dedo... Tú, eres bueno, sí...

Saludos.

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