Fueron a buscar a Sergei Koroliov el 27 de junio de 1938 a las nueve de la noche. Estaba con su hija de tres años en su apartamento, situado en el sexto piso de un edificio de Moscú, cuando su mujer entró corriendo, aterrorizada. Venía de la calle y había visto a unos cuantos oficiales del NKVD (el Comisariado del Pueblo) entrando en el edificio.
Supo instintivamente que venían a por su marido. * Koroliov trabajaba como ingeniero especialista en cohetes, y en la investigación militar había tanto miedo y paranoia como en el resto del sistema soviético. A su amigo y colega Valentin Glushko se lo habían llevado hacía poco. Había que dar por hecho que habría denunciado a quienes le dijeran sus torturadores que denunciara. Así era la vida en la época de la Gran Purga de Stalin.
Sergei Koroliov |
Los servicios de seguridad del NKVD llegaron al cabo de unos instantes, registraron el apartamento y se llevaron a Koroliov. Dos días más tarde, después de torturarlo y amenazarlo con ir a por su familia, firmó una confesión ante el comisario de asuntos internos en la que admitía formar parte de una organización antirrevolucionaria y haber cometido actos de sabotaje contra la patria. Confirmó las acusaciones que habían hecho contra él dos de sus colegas de más rango, que habían sido asesinados. No fue juzgado, pero lo sentenciaron a pasar diez años en el conocido gulag de Kolymá, en Siberia, no muy lejos del círculo polar ártico.
Probablemente no haga falta decirlo, pero no había tal organización antirrevolucionaria, y tampoco sabotaje alguno; Koroliov era inocente. Mucha gente inocente sufrió las consecuencias de la Gran Purga. La razón y la justicia no desempeñaban ningún papel en aquel sistema basado en el terror.
Fue un milagro que sobreviviera. Miles de hombres morían en Kolymá cada mes. Koriolov pasó hambre y recibió palizas, le arrancaron los dientes a golpes y le rompieron la mandíbula. El frío era insoportable, y la malnutrición le provocó un escorbuto. Al final, se salvó gracias a algo que sucedió muy lejos de allí: el nuevo director del NKVD, Lavrenti Beria, hizo que se reabrieran muchos casos. Koroliov pudo abandonar el gulag y regresar a Moscú, donde sería juzgado por cargos menos importantes. (...)
Sergei Koriolov llegó a Berlín un día después de que Wernher von Braun se marchara de Alemania para siempre. Los estadounidenses habían eliminado de las fábricas de misiles de Mittelwerk y Peenemünde todo lo que pensaban que podría ser de provecho para los soviéticos, pero no tuvieron en cuenta su tenacidad ni la inteligencia de Koroliov. Merced a un trabajo meticuloso, los soviéticos lograron reconstruir los planos del V-2, y Koroliov pudo entender cómo funcionaba. Y lo que es más importante, pudo entender qué defectos tenía. Koroliov observó el magnífico diseño de Von Braun y pensó que podía mejorarlo. (...)
Koroliov fue un desconocido durante toda su vida. Se mantenía su identidad en secreto por miedo a que los estadounidenses lo asesinaran, y la población solo lo conocía por el apodo anónimo de “diseñador jefe”. Pero con la muerte le llegó la fama.
Sus cenizas fueron sepultadas con honores de Estado en el muro de Kremlin, y ha pasado a la historia como el artífice de los primeros paso de la humanidad por el cosmos. Con el tiempo, si la raza humana tiene un futuro entre las estrellas, es probable que sea recordado como una de las personas más importantes del siglo XX. (...)
Una de las numerosas ironías del programa espacial estadounidense es que, aunque tenía el propósito de demostrar que su sistema de libertad e individualismo era superior al comunismo, solo pudo superar los logros de un obstinado genio ruso por medio de un proyecto estatal sumamente caro.
Extraído, como en la anterior entrada de "Historia alternativa del siglo XX. Más extraño de lo que cabe imaginar." de John Higgs. Traducción de Mariano Peyrou.
* Añadido: Al leer eso he recordado algo relacionado con lo que se cuenta al inicio de esta entrada:
"Sin embargo, la detención más común era la que tenía lugar en la casa de las personas a altas horas de la noche. En las épocas de arrestos masivos, se generalizó el miedo a la «llamada a la puerta» a medianoche. Un antiguo chiste soviético recoge la terrible ansiedad que Iván y su mujer Masha experimentaban cuando alguien llamaba a la puerta y su alivio al saber que solo era el vecino que acudía a informarles de que el edificio se estaba incendiando." Extraído de "Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos" de Anne Applebaum. Traducción de Magdalena Chocano.