Buena parte del botín correspondía a préstamos exteriores: por cada dólar prestado destinado teóricamente a fomentar el desarrollo africano, 60 centavos abandonaban el país y acababan en uno de nuestros bancos, encantadísimos de ingresar el dinero en las cuentas individuales de los ladrones.
Muchas personas ya conocen los robos de dictadores como Mobutu en Zaire o Sani Abacha en Nigeria, pero lo que éstos consiguieron sustraer es sólo la punta del iceberg (o un árbol del bosque o un cubo de arena del desierto). Las cantidades procedentes de Latinoamérica en concepto de fuga de capitales eran mayores, pero, hablando en términos relativos, el dinero de África suponía una carga más onerosa para los africanos corrientes. Los "activos externos" del África Subsahariana, es decir, el dinero en manos de africanos en el extranjero, casi triplicaba la deuda externa del continente, que en 2004 era de 227.000 millones de dólares.
Ilustración de Adrian Raeside. |
Por tanto, la fuga masiva de capitales suponía un doble crimen: no sólo era dinero público robado, sino que los préstamos saqueados constan en los libros de contabilidad, por lo que aún hay que devolverlos. Los intereses de estos préstamos - el 60% de los cuales abandonaron el país de inmediato - fueron pagados gracias a recortes en los presupuestos de sanidad y educación, a innumerables sacrificios de la gente corriente, un año doloroso tras otro. Boyce y Ndikumana revelan que este trasiego de capital desde África significa que, si el dinero se hubiera quedado en el país, el PIB habría sido un 16% superior; lo robado representaba dos tercios de todo el capital social.
El África Subsahariana recibió muy poco dinero privado en forma de préstamos: el 90% procedía de fuentes públicas, de fondos oficiales para el desarrollo, o del Banco Mundial y el FMI. Podemos contemplar dos hipótesis: o bien estas instituciones financieras internacionales no sabían que el dinero de los préstamos pensado para programas de desarrollo, estaba siendo robado y enviado a cuentas en el extranjero - con lo cual, por tanto, demostraban ser incompetentes -, o bien sabían que estaba siendo robado y no hicieron nada por impedirlo, de modo que fueron cómplices de los robos. Me gustaría oírles hablar del tema, pues no se me ocurre una tercera posibilidad.
Extraído de "Sus crisis, nuestras soluciones" de Susan George. Traducción de Joan Soler Chic.