Sin embargo, antes de que me diera tiempo de otear el horizonte moscovita, de preguntar aquí y allá, de llevar a cabo conversaciones tan importantes como iluminadoras, estalló como una bomba la noticia de que Ufá, una ciudad grande, de un millón de habitantes, situada entre el Volga y los Urales, acababa de ser víctima de una fuerte contaminación tóxica. No, no se trataba de polución industrial, que es el pan nuestro de cada día, sino de una intoxicación grave, seria, mortal.
¡El nuevo Chernobyl!, comentó el colega que me dio la noticia.Voy para allá, repuse. Si consigo plaza en el avión, me voy mañana mismo.
Todos los que en Moscú subían al avión con destino a Ufá iban cargados de botellas, garrafas y bidones de agua, pues la contaminación de Ufá estaba producida por el fenol. Quien beba de aquella agua, dijo el colega, caerá enfermo y morirá.
Ufá es la capital de Bashkiria, una república autónoma de los Urales occidentales. Al sur de aquí se extiende Kazajistán, al este, Siberia, y al oeste, Tartarastán. La naturaleza del lugar, con montañas cubiertas de bosque, seiscientos ríos y arroyos y mil lagos era exuberante y hermosa. Abundaban cuadrúpedos de todos los pelajes y pájaros de todas clases, así como enjambres de laboriosas abejas. Hasta que apareció la química. Bashkiria fue convertida en un polígono químico, en un centro de la industria química de la antigua URSS. El cielo se cubrió de humo, el aire se llenó de polvo suspendido y el fenol fluyó por los ríos. El fenol, según leí en una enciclopedia, es un ácido oscuro y muy tóxico que se usa en la fabricación de explosivos, materiales sintéticos, tintes, adobos y mil cosas más. Dado que las fábricas químicas de aquí están construídas de manera chapucera y defectuosa, y que la instalación de filtros y depuradoras se consideraba un capricho y una veleidad de los puristas ecológicos, el fenol no paraba de filtrarse en los ríos, pero lo hacía despacio para que el envenenamiento de la gente no se produjera de golpe, para que la ciudad no sucumbiera súbitamente.
Pero, finalmente, ha sucedido. Al abrir los grifos la gente vio que salía de ellos una turbia substancia marronácea y sintió cómo sus casas se llenaban de una peste espantosa. ¡Fenol! ¡Fenol!, la voz corrió de casa en casa, de calle en calle.
Sin embargo, no cundió el pánico. Aquí la gente percibe las desgracias, incluso las causadas por la estupidez y la indiferencia de los gobernantes, como excesos de la omnipotente y caprichosa naturaleza, tales como inundaciones, terremotos o inviernos especialmente duros. La irreflexión o la brutalidad del poder son, simplemente, un cataclismo más que no les ahorra la naturaleza.
Hay que comprenderlo; hay que resignarse.
Extraído de "El Imperio" de Ryszard Kapuściński. Traducción del polaco de Agata Orzeszek.
3 comentarios:
¿Y?
¿Recomiendas el libro o no?
Sabemos que el autor se distinguió por su ideario y la denuncia social, pero no sabemos sí, además, sus libros son amenos de leer, que una cosa no cambia la otra.
Esa media página que reproduces me deja en la duda.
Un abrazo a medias.
-Josep: Jajaja... Mmm... El libro es ameno de leer. De ponerle alguna pega... en realidad le faltan imágenes. Son como reportajes y aunque el autor describe bien lugares y situaciones, a veces echas en falta ver fotografías de esos sitios o situaciones que comenta.
De todas formas, si tengo que recomendar uno sobre el tema de la URSS, el que te recomiendo es el de "El fin del Homo sovieticus" del que hablé hace un par de entradas y entonces me saliste con "La Ilíada" y "Las Mil y Una Noches" por lo de la Historia oral, pero que no tienen nada que ver con ese.
Hazme caso y como te dije entonces, échale un ojo si puedes. Este de Kapuściński también está muy bien, pero como leí primero el de Svetlana, pueeess...lo siento pero pierde en la comparación.
Un abrazo completo (jaja)
Leyendo lo que extrajiste recordé que fue hace apenas unos meses que descubrí algunos países como Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán o Kirguistán.
Abrazo
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